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A APATIA DE UM POVO FRENTE AOS DESCALABROS DA CORRUPÇÃO LEVARAM O JORNALISTA JUAN ARIAS A FAZER ESTA PERGUNTA - POR QUE O POVO BRASILEIRO NÃO REAGE?
El hecho de que en solo seis meses de gobierno la presidenta Dilma Rousseff haya visto dimitir a dos de sus principales ministros, heredados del gobierno de su antecesor, Lula da Silva (el de la Casa Civil o Presidencia, Antonio Palocci, una especie de primer ministro, y el de Transportes, Alfredo Nascimento) caídos bajo los escombros de la corrupción política, ha hecho preguntarse a los sociólogos por qué en este país, donde la impunidad a los políticos corruptos ha llegado a hacer extensiva la idea de que "todos son unos ladrones" y que "nadie va a la cárcel", no exista el fenómeno, hoy en voga en todo el mundo, del movimiento de los indignados.
¿Es que los brasileños no saben reaccionar frente a la hipocresía y falta de ética de muchos de los que les gobiernan? ¿Es que no les importa que los políticos que les representan, en el Gobierno, en el Congreso, en los estados o en los municipios, sean descarados saboteadores del dinero público? Se preguntan no pocos analistas y blogueros políticos.
¿Será que los jóvenes no tienen motivos para exigir un Brasil no solo cada día más rico (o por lo menos menos pobre), más desarrollado, con mayor fuerza internacional, sino también menos corrupto en sus esferas políticas, más justo, menos desigual, donde un concejal no gane hasta diez veces más que un maestro y un diputado cien veces más, o donde un ciudadano común, después de 30 años de trabajo, se jubile con 650 reales (400 euros), mientras un funcionario público con hasta 30.000 reales (13.000 euros).
Brasil será pronto la sexta mayor potencia económica del mundo, pero de momento sigue a la cola en materia de desigualdad social y defensa de los derechos humanos. Todavía se trata de un país donde no se permite a la mujer de abortar, el paro de las personas de color alcanza un 20% -contra el 6% de los blancos- y la policía es una de las más violentas del mundo.
Otros achacan el hecho a que los brasileños son gente pacífica, poco dada a las protestas, a quienes les gusta vivir felices con lo que tienen y que trabajan para vivir, en vez de vivir para trabajar. Todo esto es también cierto, pero no explica aún por qué, en un mundo globalizado, donde se conoce al instante todo lo que ocurre en el planeta, empezando por los movimientos de protesta de millones de jóvenes que piden democracia o le acusan de estar degenerada, los brasileños no luchen para que el país, además de ser más rico, también sea más justo, menos corrupto, más igualitario y menos violento a todos los niveles. Así es el Brasil que los honestos sueñan dejar para sus hijos, un país donde la gente todavía no ha perdido el gusto de disfrutar de lo poco o mucho que tiene y que sería aún mejor si surgiera un movimiento de indignados, capaz de limpiarlo de las escorias de corrupción que golpean a todas las esferas del poder
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